Tu mutaberis in me

 

Esta frase que significa “tu te transfomarás en Mi” la escribió Hugo de San Victor en el año 1134 en su obra De Sacramentis Christianæ Fidei y la pone en labios de Jesús como dirigida, por una parte, al pan y al vino en la celebración de la Eucaristía y, por otra, al cristiano que come y bebe el Cuerpo y la Sangre del Señor.

 

En el siglo XII, cuando muchos cristianos empezaron a considerar poco importante la Eucaristía porque no creían en la presencia real de Cristo en ella se instituyó la fiesta que hoy celebramos. Se decidió sacar la Eucaristía a la calle ya que la gente no iba a la Iglesia a participar en ella… la situación no era muy distinta a la de este comienzo del siglo XXI.

 

A la vez que se instituyó esta fiesta, los mejores pensadores de la Iglesia prepararon himnos y textos para explicar con palabras sencillas por qué es importante este trozo de pan que paseamos por la calle en procesión. ¿Qué le hace tan importante como para mandar construir las magnificas y valiosísimas custodias y movilizar a tanta gente?

 

El pan que hoy adoramos de forma especial, es el que cada día repartimos en la misa y comemos con devoción. Pero ¿por qué es tan importante este pan? Porque sobre él, con el poder recibido por el mismo Cristo, el sacerdote -al igual que lo hizo Jesús en la última cena - ha pronunciado las palabras: “esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”.

 

En estas palabras se oculta la intención de Cristo: su palabra  que es poderosa -que hace lo que dice, como cuando manda resucitar a un muerto- está ordenando al pan que se convierta en Él. Como cuando al mar le dijo que se calmase, y se calmó.


Al pan le está diciendo: tú te transformarás en Mi. Y el pan se convirtió en su cuerpo y el vino en su sangre. El pan se convirtió en aquel cuerpo flagelado, torturado, crucificado por amor a los hombres que después resucitó. De tal modo que cuando el sacerdote repite las palabras de Jesús: esto es mi cuerpo, esta es mi sangre; Cristo está realmente presente entre nosotros, porque el pan se ha convertido en su cuerpo, el vino en sus sangre. Y donde está el cuerpo está Él. Del mismo modo que donde está nuestro cuerpo estamos nosotros.

 

Ahora bien, el cuerpo de Cristo resucitado, como sabemos por los relatos de los evangelios, conserva las heridas de la pasión y el agujero de los clavos donde Tomás metió el dedo para poder creer. Heridas que nos hablan de su sacrificio en la cruz por nosotros, de su entrega por amor, de los golpes, latigazos insultos, del sufrimiento de Dios. Del abajamiento de un Dios que se hace hombre para que los hombres alcancemos el perdón de los pecados y lleguemos a Él.

 

Se trata de un sacrificio que no ha terminado ni en su dimensión celeste, donde no existe el tiempo y todo es un eterno presente; ni los miembros de la Iglesia que sufren, a los que también llamamos el Cuerpo de Cristo.

 

Pero esto no es todo. Sólo por esto no se justificaría la celebración de la Eucaristía y esta fiesta. Tampoco la celebración de la Eucaristía termina en lo que llamamos consagración. Ese pan debe ser comido por los cristianos. En este gesto se oculta la misma intención de Cristo que cuando se repiten las palabras de la última cena sobre el pan. Cristo dice al que le come: tú te transformarás en Mi.

 

De tal modo que cuando comulgamos se produce una doble transformación. Por una parte, los que nos alimentamos con el Cuerpo de Cristo nos transformamos en otros cristos, plenamente cristianos. Esto nos nos lleva a actuar como él: ofrecer nuestro cuerpo –nuestra vida – en el sacrificio diario del amor a los hermanos, en la cruz nuestra de cada día. Por otra parte, esa presencia real de Cristo en el pan se transforma en presencia espiritual en nuestro espíritu: Él se queda en nosotros y nosotros nos transformamos en Él y sólo perdemos la nueva forma por el pecado.

 

Sacar el Cuerpo de Cristo a la calle en procesión, oculta de nuevo la misma intención que venimos comentando. Ahora Cristo dice a nuestro mundo, a nuestra sociedad: tu te transformarás en Mi. Cristo tiene poder también para instaurar y llevar a plenitud el Reino de Dios. Los valores de este mundo son transformados por los valores del Reino: el amor, la justicia, la paz y la libertad. Él puede arrancar de este mundo el mal y transfórmalo en el Reino de Dios.

 

Este alimento del pan de la Eucaristía oculta la fuerza poderosa de Cristo, la fuerza que todo lo transforma y lo lleva a Dios.

 

Por Rafael Amo Usanos

La dignidad de las personas y sus derechos, el trabajo por la justicia y el papel fundamental y trascendente de la comunidad cristiana en la transformación real de nuestra sociedad, tanto en su dimensión nacional como internacional, son los ejes principales de esta campaña que desde el anuncio de la Esperanza también quiere denunciar todas las situaciones de injusticia que viven la personas más vulnerables de nuestro entorno.

  

¿QUÉ HAS HECHO CON TU HERMANO?

 

“Él nos amó primero”. Como dice el Papa Francisco en su exhortación Evangelii Gaudium, la aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por Dios y a amarlo con el amor que El mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: “desear, buscar y cuidar el bien de los demás”.

 

Esta experiencia es la que nos posibilita y habilita para amar, para salir de nosotros y abrir los ojos y el corazón al encuentro de todo lo creado, en especial, del ser humano. Es el motor que nos impulsa a fijarnos en lo que pasa en nuestro entorno y en lo que pasan muchos de los que están en

nuestro entorno. Como expresa V. Altaba, es la llamada a observar bien, a estar atentos, a mirar conscientemente, a darnos cuenta de la realidad social, económica y política que nos envuelve, porque en ella podemos escuchar el susurro de Dios que se nos manifiesta y habla en sus criaturas y en lo que el Concilio Vaticano II llamó los signos de los tiempos.

 

Hoy, estos signos, claman al cielo, como la sangre derramada por Caín, y nos interpelan: ¿Dónde está tu hermano? ¿Qué has hecho?

“Lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí” (Mt 25,40). Lo que hagamos a los demás tiene una dimensión trascendente: “Con la medida con que midáis, se os medirá” (Mt 7,2).

 

Tenemos la libertad de elegir. Responder a nuestra vocación de fraternidad, manteniendo así el vínculo de reciprocidad y de comunión, o traicionarla, dejando paso al egoísmo y a la indiferencia en nuestra vida.

 

Pero resulta difícil mirar hacia otro lado. No podemos vivir ajenos al drama de los cerca de 6 millones de personas que no tienen trabajo, a lo eres o a los cierres de cientos de empresas, a los jóvenes excluidos del mercado de trabajo y con horizonte incierto, al 1.770.000 familias con todos sus miembros en paro y que no llegan a fin de mes con escasas posibilidades de procurar alimento y bienestar básico a sus hijos.

 

Es imposible no sentir, no escuchar, no querer ver. La respuesta de Caín, “¿soy acaso guardián de mi hermano?”(Gen 4,), se convierte hoy en una pregunta homicida que tiene que interpelarnos porque nos hace cómplices. Nuestra dignidad humana no nos permite ocuparnos sólo de lo nuestro, ni dejarnos indiferentes ante el derroche de los poderosos y el hambre de los pobres. Hoy también, miles de años después, el dolor del pueblo de Dios, el dolor de la gran familia humana llega a nosotros como a Moisés: “Ve, pues yo te envío al Faraón para que saques a mi pueblo de Egipto”.

 

Ha llegado el momento de conmovernos y movernos, de salir de nuestra tierra, nuestra casa, a otra tierra de paz y prosperidad, y a otra casa que sea hogar de comunión, pero para llegar allí antes deberemos cargar los unos con los otros, acompañarnos y acogernos, y estar dispuestos a transitar caminos y lenguajes nuevos de justicia, austeridad, de trabajo y bienestar para todos, más allá de nuestro intereses personales e individuales.

 

Soy guardián de mi hermano, soy guardián de sus derechos, de los nuestros, de los que nos hacen persona. Sin los derechos humanos no podemos abrir la puerta de un orden civil acorde a la dignidad humana. Todos, somos guardianes de la verdad, de la libertad, de la justicia, del amor.

 

Todos somos convocados por Dios a vivir la fraternidad, la mesa compartida, construyendo y rehabilitando la vida desde una nueva forma de relación con el otro.

 

Porque el ejercicio universal de la dignidad humana es posible (V.Renes), estamos llamados a vivir con una mirada alternativa, creadora, que es capaz de hacer posible lo imposible.

 

 

MENSAJE DE LA COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL SOCIAL CON MOTIVO DEL DÍA DE LA CARIDAD

 

«La Eucaristía, antídoto frente a la indiferencia»

 

El papa Francisco ha denunciado con frecuencia la indiferencia como uno de los grandes males de nuestro tiempo. El olvido de Dios y de los hermanos está alcanzando dimensiones tan hondas en la convivencia social que podemos hablar de una “globalización de la indiferencia”.

Ante esta dolorosa realidad, los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social os invitamos a contemplar, celebrar y adorar a Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía como el medio más eficaz para vencer y superar la indiferencia. La Eucaristía tiene el poder de trasformar el corazón de los creyentes, haciendo así posible el paso de la “globalización de la indiferencia” a la “globalización de la caridad”, impulsándonos a la vivencia de la comunión fraterna y del servicio a nuestros semejantes.        

 

  1. La Eucaristía, sacramento de comunión con Dios y los hermanos: «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1Cor 12,26)

El apóstol Pablo les decía a los cristianos de Corinto que la recepción del Cuerpo y la Sangre de Cristo tiene el poder de establecer una comunión tan fuerte entre quienes creen en Él que aleja del corazón humano la indiferencia y la división: «El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1Cor 10,16-17).

Esta comunión eucarística, que nos transforma en Cristo y nos permite crecer como miembros de su cuerpo, nos libera también de nuestros egoísmos y de la búsqueda de los propios intereses. Al entrar en comunión con los sentimientos de Cristo, muerto y resucitado por nuestra salvación, se nos abre la mente y se ensancha el corazón para que quepan en él todos los hermanos, especialmente los necesitados y marginados. «Quien reconoce a Jesús en la Hostia santa, lo reconoce en el hermano que sufre, que tiene hambre y sed, que es extranjero, que está desnudo, enfermo o en la cárcel; y está atento a cada persona, se compromete, de forma concreta, en favor de todos aquellos que padecen necesidad».     

"Nuestra participación en el cuerpo y la sangre de Cristo sólo tiende a convertirnos en aquello que recibimos" (San León Magno): cuerpo de Cristo entregado y sangre derramada para la vida del mundo. Desde la comunión con Cristo llegamos a ser siervos de Dios y de los hombres. De este modo, la Eucaristía constituye, en palabras de Benedicto XVI, «una especie de antídoto» frente al individualismo y la indiferencia, y nos impulsa a lavar los pies a los hermanos.

 

  1. La Eucaristía, sacramento que nos compromete con los hermanos: «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9).

De la Eucaristía derivan el sentido profundo de nuestro servicio y la responsabilidad  en la construcción de una Iglesia fraterna y esperanzada, así como de una sociedad solidaria y justa. Esta sociedad  no se construye ni se impone desde fuera, sino a partir del sentido de responsabilidad de los unos hacia los otros. Como miembros del Cuerpo de Cristo descubrimos que el gesto de compartir y la vivencia del amor es el camino más adecuado para superar la indiferencia y globalizar la solidaridad.         

En este mismo sentido,  la campaña de Cáritas nos plantea este año una pregunta muy directa y concreta: «¿Qué haces con tu hermano?». A esta pregunta, no podemos responder como Caín: «¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9).  Hoy y siempre estamos llamados a preguntarnos dónde está el hermano que sufre y necesita nuestra presencia cercana y nuestra ayuda solidaria. 

La solidaridad, como nos recuerda el papa Francisco,  es «más que algunos actos de generosidad esporádicos. Es pensar y actuar en términos de  comunidad (…), es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, la tierra, la vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales».

Ante esa multitud de hermanos que sufren, debemos mostrar nuestra especial cercanía y afecto hacia quienes claman y esperan de nosotros una mayor solidaridad. No podemos ser indiferentes:

Ante la muerte violenta de miles de cristianos, en distintos países de la tierra, por el simple hecho de mostrar el amor de Dios a sus hermanos y por confesar a Jesucristo como único salvador de los hombres. 

Ante la situación de tantos cristianos y no cristianos que, a pesar de la corrupción y de las dificultades de la vida diaria, actúan con honestidad, trabajan por la justicia y se esfuerzan por atender a las necesidades más inmediatas de los empobrecidos. Hemos de colaborar en la promoción de su desarrollo integral y en la transformación de las estructuras sociales injustas.

No podemos ser indiferentes ante los millones de hermanos nuestros que siguen sin acceso al trabajo, tienen puestos de trabajo que no les permiten vivir con dignidad y se ven abocados a la emigración. Pensamos de manera especial en los jóvenes, en los parados de larga duración, en los mayores de 50 años a los que se les cierra el  acceso a un puesto de trabajo y en las mujeres víctimas de discriminación laboral y salarial.

Tampoco podemos pasar por alto a los que no tienen vivienda o se ven privados de ella por los desahucios. Ésta es otra de las muchas heridas sociales que acentúa la precariedad y la desesperación de miles de personas y familias.

Nos duele y nos debe seguir doliendo la pobreza y el hambre en el mundo, sobre todo cuando la humanidad dispone de los medios y recursos necesarios para acabar con ella, como nos recuerda Cáritas Internationalis en la campaña “Una sola familia. Alimentos para todos”.

No queremos acostumbrarnos a las historias de sufrimiento y de muerte que se repiten en nuestras fronteras. A las de los miles de hombres y mujeres que huyen de las guerras, del hambre y la pobreza y no ven respetados sus derechos ni encuentran en el camino políticas migratorias que respeten su dignidad y su legítima búsqueda de mejores condiciones de vida.

Particular preocupación deben suscitar entre nosotros los miles de personas que en nuestra propia tierra son objeto de trata, así como las que se ven abocadas a situaciones de prostitución, en su mayoría mujeres, y que constituyen la nueva esclavitud del s. XXI.

 

  1. Transformados en Cristo, globalicemos la misericordia

Ante los planteamientos culturales y sociales del momento presente, que generan tanta marginación y sufrimiento, estamos llamados a dejarnos afectar por la realidad y por la situación social que sufren nuestros hermanos más débiles y necesitados. Es urgente romper el círculo que nos aísla llevándonos a un individualismo que hace difícil el desarrollo del amor y la misericordia en nuestro corazón. Como nos recuerda Jesucristo, la salvación y la realización personal y comunitaria pasan por el riesgo de la entrega: «El que quiera ganar su vida la perderá y el que esté dispuesto a perderla la ganará» (Mc 8,35).    

La clave para salir de la indiferencia está en entregarse a los demás como lo hace Jesús. Él sigue partiendo su Cuerpo y derramando su Sangre en la Eucaristía para que nadie pase hambre ni tenga sed. Por eso, mientras veneramos y adoramos solemnemente en nuestros templos, plazas y calles a Jesús Eucaristía en la fiesta del Corpus Christi, le decimos:

 

Gracias, Señor, por este don admirable,

sacramento de tu presencia viva entre nosotros

y de comunión con Dios y los hermanos.

No permitas que nos dejemos vencer por la indiferencia.

Que nadie tenga la tentación de estar contigo,

de amarte y de servirte,

sin estar con los pobres,

amar a los que sufren

y servir a los necesitados.

Que nuestra contemplación, adoración 

y participación en el misterio de la Eucaristía

nos identifique contigo,

nos ayude a superar la indiferencia

y a globalizar tu amor y tu misericordia.

 

 Comisión Episcopal de Pastoral Social

 

OBJETIVOS DE LA JORNADA PRO ORANTIBUS

1. Orar a favor de los consagrados y consagradas en la vida contemplativa, como expresión de reconocimiento, estima y gratitud por lo que representan, y por el rico patrimonio espiritual de sus Institutos en la Iglesia.

2. Dar a conocer la vocación específicamente contemplativa, tan actual y tan necesaria en la Iglesia y para el mundo.

3. Promover iniciativas pastorales dirigidas a incentivar la vida de oración y la dimensión contemplativa en las Iglesias particulares, dando ocasión a los fieles, donde sea posible, para que participen en las celebraciones litúrgicas de algún monasterio, salvaguardando, en todo caso, las debidas exigencias y las leyes de la clausura.

 

NUESTRA DIÓCESIS

La diócesis de Sigüenza-Guadalajara cuenta con 12 monasterios de monjas contemplativas: Benedictinas en Valfermoso de las Monjas; Carmelitas Descalzas en Guadalajara e Iriépal; Cistercienses en Brihuega y Buenafuente del Sistal; Clarisas Capuchinas en Cifuentes; Clarisas Franciscanas Molina de Aragón y Sigüenza; Concepcionistas Franciscanas en Guadalajara y Pastrana, Jerónimas en Yunquera de Henares y Ursulinas de la orden de San Agustín en Sigüenza. En estos monasterios habitan cerca de un centenar de monjas profesas, siendo una docena de ellas de diversas nacionalidades, habiendo también un grupo de novicias, junioras y postulantes preparándose para la profesión solemne. Los monasterios con mayor número de monjas actualmemente son el de Clarsas de Sigüenza, el de las Carmelitas de Guadalajara y el de las Benedictinas de Valfermoso de las Monjas.

El día 30 de mayo, coincidiendo con la celebración del 400 aniversario de la fundación del Carmelo Descalzo de la capital provincial, se celebrará una eucaristía de acción de gracias en la iglesia del mismo, presidida por el vicario episcopal para la vida consagrada de la diócesis, Ángel Moreno, que servirá además, para agradecer la vida entregada de las monjas contemplativas de la diócesis, coincidiendo con la Jornada Pro Orantibus.

 

PRESENTACIÓN DE LA JORNADA

COMISIÓN EPISCOPAL PARA LA VIDA CONSAGRADA

 

Solo Dios basta

El domingo 31 de mayo celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad y la Jornada Pro Orantibus. La Jornada de este año acontece en el marco del Año de la Vida Consagrada proclamado por el papa Francisco para toda la Iglesia y dentro del V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús. Es una celebración gozosa para dar gracias a Dios por el don de la vida de los monjes y monjas, que se consagran enteramente a Dios y al servicio de la sociedad en los monasterios y claustros. Es un día también para que todo el Pueblo de Dios ore al Señor por esta vocación tan especial y necesaria, despertando el interés por las vocaciones a la vida consagrada contemplativa. La exhortación apostólica de san Juan Pablo II Vita consecrata, citando al Decreto Perfectae caritatis, n. 7, del Concilio Vaticano II, describe así la naturaleza y finalidad de la vida consagrada contemplativa: «Los Institutos orientados completamente a la contemplación, formados por mujeres o por hombres, son para la Iglesia un motivo de gloria y una fuente de gracias celestiales. Con su vida y misión, sus miembros imitan a Cristo orando en el monte, testimonian el seño-río de Dios sobre la historia y anticipan la gloria futura. En la soledad y el silencio, mediante la escucha de la Palabra de Dios, el ejercicio del culto divino, la ascesis personal, la oración, la mortificación y la comunión en el amor fraterno, orientan toda su vida y actividad a la contemplación de Dios. Ofrecen así a la comunidad eclesial un singular testimonio del amor de la Iglesia por su Señor y contribuyen, con una misteriosa fecundidad apostólica, al crecimiento del Pueblo de Dios»(VC, n. 8). El lema de este año es: «Solo Dios basta». Este verso del conocido poema teresiano es como una composición sapiencial, al estilo de los salmos. Es el resumen esencial de las personas contemplativas. Mientras peregrinamos por este mundo entre luces y sombras, las personas contemplativas nos recuerdan que también hoy Dios es lo único necesario, que hay que buscar primero el Reino de Dios, que la vida nueva en el Espíritu preanuncia la consumación de los bienes invisibles y futuros. En este Año Jubilar Teresiano la santa doctora mística nos exhorta a comprender: «el gran bien que hace Dios a un alma que la dispone para tener oración con voluntad (…), que no es otra cosa la oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8, 5). En esta presentación transcribo un pasaje de la carta del papa Fran-cisco al Sr. obispo de Ávila, con motivo del Año Jubilar Teresiano (15.X.2014), que se refiere al camino de la oración. «Cuando los tiempos son recios, son necesarios amigos fuertes de Dios para sostener a los ojos (Vida 15, 5). Rezar no es una forma de huir, tampoco de meterse en una burbuja, ni de aislarse, sino de avanzar en una amistad que tanto más crece cuanto más se trata al Señor, amigo verdadero y compañero fiel de viaje, con quien todo se puede sufrir, pues siempre ayuda, da esfuerzo y nunca falta (Vida 22, 6). Para orar no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho (Moradas IV, 1, 7), en volver los ojos para mirar a quien no deja de mirarnos amorosamente y sufrirnos pacientemente (cf. Camino, 26, 3-4). Por muchos caminos puede Dios conducir las almas hacia sí, pero la oración es el camino seguro (Vida 21, 5). Dejarla es perderse (cf. Vida, 19, 6). Estos consejos de la santa son de perenne actualidad. ¡Vayan adelante, pues, por el camino de la oración, con de-terminación, sin detenerse, hasta el fin! Esto vale singularmente para todos los miembros de la vida consagrada. En una cultura de lo provisorio, vivan la fidelidad del para siempre, siempre, siempre (Vida 1, 5); en un mundo sin esperanza, muestren la fecundidad de un corazón enamorado (Poesía 5); y en una sociedad con tantos ídolos, sean testigos de que solo Dios basta (Poesía 9)».

Vivamos con alegría en este año de gracia la Jornada Pro Orantibus y demos gracias a Dios por el don de la vida consagrada contemplativa, que tanto embellece el Rostro de Cristo, que resplandece en su Iglesia.

 

 Vicente Jiménez

Arzobispo de Zaragoza y Presidente de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada

 

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

 

261 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

262 La Encarnación del Hijo de Dios revela que Dios es el Padre eterno, y que el Hijo es consubstancial al Padre, es decir, que es en él y con él el mismo y único Dios.

263 La misión del Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre del Hijo (cf. Jn 14,26) y por el Hijo "de junto al Padre" (Jn 15,26), revela que él es con ellos el mismo Dios único. "Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria".

264 "El Espíritu Santo procede del Padre en cuanto fuente primera y, por el don eterno de este al Hijo, del Padre y del Hijo en comunión" (S. Agustín, Trin. 15,26,47).

265 Por la gracia del bautismo "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" somos llamados a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna (cf. Pablo VI, SPF 9).

266 "La fe católica es esta: que veneremos un Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las personas, ni separando las substancias; una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo una es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad" (Symbolum "Quicumque").

267 Las personas divinas, inseparables en lo su ser, son también inseparables en su obrar. Pero en la única operación divina cada una manifiesta lo que le es propio en la Trinidad, sobre todo en las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo.

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