Por Alfonso Olmos Embid

(Director de la Oficina de Información)

 

 

Es la palabra de moda. Todo el mundo habla de pactos tras las últimas elecciones municipales y autonómicas. Todo el mundo hace sus valoraciones y da su parecer sobre los mismos. Se habla de su legalidad, de su moralidad y de si son reflejo de lo que los votantes han determinado con su voto en las urnas. El caso es que con pactos o sin ellos, el panorama gubernamental en ayuntamientos y comunidades autónomas en nuestro país, es ahora muy variado y variopinto. Ya no hay dos colores representados, sino alguno más.

Un pacto es, según el diccionario de la Real Academia Española, un concierto o tratado entre dos o más partes que se comprometen a cumplir lo estipulado. La definición se completa añadiéndose varias matizaciones que afectan a casos singulares. Si hacemos un ejercicio más de búsqueda, en esta ocasión en el diccionario de sinónimos, encontramos que pacto es lo mismo que alianza.

En el Antiguo Testamento se hace referencia al pacto de Dios con su pueblo, y a los pactos que hizo con personajes particulares que son referentes para nuestra vida de creyentes, como Moisés o Abraham. Es la Antigua Alianza labrada en piedra y guardada en un arca. También Dios hizo un pacto con Noé con un signo muy elocuente: el arco iris.

Pero resulta que también en el cristianismo se observa un pacto de Dios. Es la Nueva Alianza, que no está escrita en piedra pero si en cada corazón de los que nos sentimos hijos de Dios. Este pacto o alianza lo protagoniza Jesús, nuestro salvador, nuestro redentor, nuestro hermano, nuestro amigo, que todo lo hizo para nuestro bien.

Todo, como se puede observar, está inventado. Si, finalmente, la geopolítica española debe estar protagonizada por pactos, es de desear que sea para bien de los ciudadanos, para que todos podamos vivir, como tantas veces rezamos en la oración de los fieles de la misa a pedir por nuestros gobernantes, con más paz, libertad y justicia.

(Por Delegación Pastoral de Infancia, Juventud y Universidad)

 

Encontrarse es siempre motivo de alegría. Los jóvenes viven la experiencia del encuentro como parte fundamental de su vida. Y lo mismo ocurre con los encuentros que se realizan a nivel cristiano: son una expresión de comunión, de fe y de alegría profunda.

 

Esta vez estamos convocados en Ávila aprovechando el V centenario del nacimiento de Santa Teresa. Y, convocados por Teresa, los jóvenes españoles y europeos que se sumen querrán expresar su deseo de “en tiempos recios, ser amigos fuertes de Dios”, como reza el lema del encuentro.

 

Al fin y al cabo, como se nos indica desde la organización, se busca:

  • favorecer un encuentro personal con Cristo,
  • vivir la experiencia de ser Iglesia,
  • tomar conciencia clara de nuestra misión y
  • conocer la actualidad del mensaje cristiano.

 

Sí, hay un fuerte deseo de introducir a los jóvenes en la oración como encuentro vital y amistad con el Señor, lo que implica  hacer crecer unas actitudes: el amor y la solidaridad, la libertad frente a dependencias, la sencillez de vivir la propia realidad ante la mirada acogedora de Dios (andar en verdad), la decisión firme de seguir a Jesús

 

Recordando que el Encuentro Europeo de Jóvenes es un acontecimiento eclesial, una plataforma para expresar de forma visible la fe en Jesucristo y el dinamismo de la Iglesia, dando testimonio de la actualidad del mensaje cristiano.

 

Y es ante todo, un signo de comunión eclesial. Los jóvenes se reunirán en torno a Cristo, convocados por santa Teresa de Jesús, para crecer, profundizar y dar testimonio de su fe en el Señor y su amor a la Iglesia. Un anuncio claro y directo que brota del corazón entusiasta del joven que se ha encontrado con Jesús.

 

Allí queremos estar, y como diócesis llenarnos de la alegría del encuentro y del gozo de la fe compartida y vivida en compañía de muchos otros jóvenes españoles y europeos.

Por Jesús de las Heras Muela

(Sacerdote y periodista)

 

 

 

Cuando la Iglesia estudia, proclama, celebra y venera la gloria de los mártires, no busca ni señala culpables, sino héroes y modelos. La glorificación de nuestros mártires no va contra nadie ni contra nada. No es un ejercicio justiciero y resentido de la memoria de la historia, sino un acto de justicia y una siembra de los mejores y más necesarios valores para todos.

Los mártires son los primeros y mejores hijos de la Iglesia de Jesucristo porque supieron y pudieron imitar al Maestro y Señor. Los mártires son los más cualificados y creíbles testigos de la fe y de la mejor humanidad porque con su sangre derramada inocentemente sembraron las tierras y los caminos del mundo de dignidad, lealtad, fidelidad, coherencia, valentía, ardor, compromiso, perdón, paz, reconciliación y amor.

Creo que estos pensamientos gozan también de plena vigencia a propósito de la gozosa beatificación, el sábado 23 de mayo, de uno los cristianos más extraordinarios y carismáticos del siglo XX: el arzobispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, asesinado por odio a la fe, hace 35 años, mientras celebraba la eucaristía. Estos planteamientos son, serán, igualmente válidos para la beatificación, anunciada para el 6 de diciembre próximo, de otros tres mártires cristianos en América Latina, los misioneros  europeos asesinados por Sendero Luminoso, también por odio a la fe, en Perú, en 1991. No importa si fue la extrema derecha la que causó el primer martirio y la extrema izquierda la responsable del segundo.  Todos son igual de mártires, su sangre derramada por Jesucristo y por su Iglesia es igualmente válida,  preciosa y fecunda. No hay  mártires de primera ni de segunda. Puede haber, coloquialmente hablando, santos que algunos inspiren más o menos devoción. Pero todos ellos son igual de santos.

Cuentan que en vida del padre Pío de Pietrecilna, en alguna ocasión, los fieles se lo «disputaban»… «El padre Pío es nuestro, es mío… ». Conocedor el santo capuchino de los estigmas de estas apropiaciones indebidas, exclamó: «¡El padre Pío es de todos, el padre Pío quiere ser de todos!».

La  misión del santo y del beato, más aún incluso  del mártir, es una vocación de universalidad y de seguir contribuyendo a la eclesialidad, a la evangelización y a una nueva y mejor humanidad. El Papa, en el mensaje que dirigió al actual arzobispo de San Salvador el mismo día de la beatificación de Romero, destacó que el nuevo beato «supo guiar, defender y proteger a su rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia». Es más,  Francisco, confeso admirador de Romero e  indudable impulsor de su beatificación, concretó y enfatizó al respecto recordando que  «la voz del nuevo beato sigue resonando hoy para recordarnos que la Iglesia, convocación de hermanos entorno a su Señor, es familia de Dios, en la que no puede haber ninguna división». Y por si quedaban dudas, el Papa señaló que  «monseñor Romero nos invita a la cordura y a la reflexión, al respeto a la vida y a la concordia».

¡Claro que el beato mártir Óscar Romero fue y sigue siendo voz de los sin voz, voz de los desheredados, flagelo contra las injusticias y los autores de las mismas! ¡Claro que  denunció y combatió, desde el ejercicio de su ministerio episcopal,  el clamor,  brutalmente acallado, de su pueblo oprimido por poderes idolátricos y poderosos corruptos y sin escrúpulos! ¡Claro que «se distinguió por una particular atención a los más pobres y marginados»! Y todo ello lo hizo desde el Evangelio y para la evangelización. Y todo lo consagró a la causa mayor de la reconciliación, de la paz y de la justicia en su amado país.

Por todo ello, creemos que el mejor modo de seguir su modelo y legado es ponernos bajo su intercesión y servir también a la concordia,  sin querer sacar de la celebración de su beatificación –incluidas asistencias o presuntas ausencias- nada que enturbie el resplandor de su contribución a  ella -a la concordia- y sin revanchismos, apropiaciones, exclusiones o sectarismos del signo que sean.

Por Juan José Plaza

(Delegado diocesano de Misiones)

 

 

Este año se celebra el 50º aniversario de la promulgación del Decreto ad Gentes del Vat.II., es decir, del Decreto que hace referencia a la actividad misionera de la Iglesia.

Este Decreto, como todos los Decretos conciliares, sufrió distintas redacciones. Al fin, con una intervención muy activa en la octava redacción por parte del entonces cardenal Ratzinger, fue aprobado por una mayoría abrumadora. La mayor que ningún otro decreto obtuvo en el Concilio.

En el Decreto Ad Gentes queda meridianamente claro que:” La Iglesia peregrinante es misionera por naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre” (AG 2). Es decir, la Iglesia ha de seguir la misión que Cristo le encomendó en la persona de los apóstoles antes de su Ascensión a los cielos:” Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mac. 16,15).

Sin embargo, en el postconcilio, esta conciencia clara de la Iglesia respecto a su naturaleza misionera quedó  empañada por la  ambigua interpretación que muchos hicieron de otro Decreto conciliar, el de Libertad Religiosa (Dignitatis humanae), apoyados en la idea de que todo hombre en cada confesión religiosa, incluso los ateos y no creyentes, si viven conforme a su conciencia y a la ley natural, pueden obtener la salvación.

Fue tan impactante  esta idea entre los cristianos que incluso muchos misioneros cayeron en el grave error de creer que su misión no consistía en anunciar activamente a Cristo y  su Evangelio, sino simplemente estar junto a los hermanos, ayudándoles en sus necesidades. Es decir, la acción misionera quedaba reducida a una acción puramente social; los misioneros convertidos en meros cooperantes o asistentes sociales.

A remediar este grave equívoco salió al paso el Papa Juan Pablo II con una gran encíclica la “Redemptoris Missio”. Esta encíclica subrayó: 1/ la permanente validez del mandato misionero de Cristo, 2/ que la Iglesia es signo e instrumento de salvación para los hombres y “nosotros no podemos menos que hablar, es decir, predicar el Evangelio. “ (Act. 2, 2), y 3/ que la Misión Ad Gentes conserva toda su valor, aunque se exhorte al diálogo con otras religiones.

Actualmente hay una conciencia  equilibrada y asentada de lo que significa la MISION en la Iglesia, más concordante con el Decreto Ad Gentes. Sin embargo, tras 50 años de su promulgación  es inevitable una actualización o renovación de la pastoral misionera, que nace de esta pregunta: ¿Cómo evangelizar bajo las nuevas circunstancias?

A modo de respuesta, muy concisa, podemos decir:

1/ Hay que seguir la misión Ad Gentes, hacia los que están en lugares lejanos.

2/ Hay que tomarse en serio la misión entre los que están  junto a nosotros, porque muchos ya no han oído hablar de Jesús y de su Evangelio. Y también porque muchos de los que estaban antes lejos han venido a nuestras Iglesias, por la emigración.

3/Hay que fomentar la misión en los nuevo Areópagos (Medios de comunicación, redes…).

4/ Es urgente la misión a favor de los pobres y de todas las pobrezas, la mayor de las cuales es no tener a Dios.

5/Hay que misionar el campo de sufrimiento y a tantos hombre heridos, que produce nuestra deshumanizada sociedad.

Todas estas urgencias misioneras del presente son recogidas, de manera especial, en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium del Papa Francisco, en la que también se refiere a los cristianos como verdaderos discípulos-misioneros.

Que la celebración del cincuenta aniversario del Decreto ad Gentes sea un estímulo en toda la Iglesia y en cada uno de nosotros para reavivar nuestra alma misionera.

Por Alfonso Olmos

(director de la Oficina de Información)

 

 

Hemos concluido el mes de María, el mes de las flores. Las flores son ofrendas espirituales que nos gusta hacer a la Madre del Señor como reconocimiento a su amor maternal. Cada uno sabrá las flores que ha podido ofrecer, aunque siempre es bueno ofrecer flores frescas y de buen olor. A veces las flores se marchitan por falta de cuidado, puede suceder también con las flores espirituales de las que ahora tratamos. Que no sea así nuestra relación con la Virgen, que no perdamos intensidad en el trato con María, que no se marchiten nunca nuestras flores, ni pierdan olor, ni color.

No debemos reducir nuestra devoción mariana a unos determinados días al año: el mes de mayo, alguna fiesta concreta, las novenas de rigor… Más bien el recuerdo de la Madre debe ser constante y continuo, no olvidemos además que ella, la Virgen, no se cansa de esperar. Acudir a María es acudir a la mediadora de todas las gracias: es un salvoconducto seguro.

La Iglesia sigue manteniendo esta devoción mariana, pero se me antoja que muchos piensan que está trasnochada o que ha perdido sentido. El amor a María, el amor a la Madre, sin embargo, no pasa de moda, por lo que se hace imprescindible volver a retomar viejas costumbres que animen nuestra relación cordial con la Virgen.

La experiencia de celebrar esta oración tradicional unida a las celebraciones de mayor afluencia de pueblo fiel en el domingo ha ayudado, en la parroquia a la que sirvo, a que muchos recordaran la melodía tantas veces cantada y renovaran su afecto filial hacia la Virgen María. Merece la pena.

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