Por Alejo Navarro

(Delegación de Liturgia)

 

El pasado miércoles, día 18 de febrero, comenzó la Cuaresma. En el tiempo de Cuaresma, tiempo de gracia y conversión, la Iglesia invita a tres prácticas, las llamadas “prácticas cuaresmales”: oración, penitencia y caridad. “Para que fieles a las prácticas cuaresmales, puedan llegar, con el corazón limpio, a la celebración del misterio pascual de tu Hijo” (oración de bendición de la ceniza). Como pequeña aportación personal y para mantener el espíritu cuaresmal, un servidor dedicará las homilías de los domingos de esta Cuaresma a comentar las tres prácticas: dos homilías a la oración, dos homilías a la penitencia y dos homilías a la caridad.

 

Los tres anclajes

 

Se puede decir que los tres pilares de la vida espiritual son, precisamente, la oración, la penitencia y la caridad. Dicho de otra manera, nuestro anclaje en la vida de la gracia divina se realiza, de hecho, por la práctica de la oración, de la penitencia y de la caridad. Al decir oración piensen ustedes en la virtud teologal de la fe, la virtud capital de la humildad y en el consejo evangélico de la obediencia, es decir, en la relación con Dios. Al decir penitencia piensen ustedes en la virtud teologal de la esperanza, en la virtud capital del desasimiento y en el consejo evangélico de la pobreza, es decir, en la ordenada actitud de uno mismo ante los bienes creados. Al decir caridad piensen ustedes en la virtud teologal de la caridad, en la virtud de la castidad y en el consejo evangélico de la castidad, es decir, en la relación con el prójimo. Por eso, en los Ejercicios Espirituales, cuando llega el momento de la “reforma de vida” se dice al ejercitante que se fije en estos tres puntos para ver qué pasos adelante le está invitando Dios a dar en cada uno de ellos.

 

El anclaje de la penitencia

 

Nos vamos a quedar ahora con uno de los tres, con la penitencia. En el lenguaje cuaresmal se concreta una práctica penitencial determinada, el ayuno, pero es conveniente tener una mirada amplia y completa. Lo que importa es que el cristiano practique la virtud de la penitencia. No se trata sólo de que reciba la gracia del sacramento de la Penitencia (un sacramento que aunque se celebre con frecuencia, sin embargo no se está repitiendo continuamente); en cambio lo que ha permanecer habitualmente en el alma es la virtud de la penitencia y el espíritu de compunción, que mantiene en nosotros el fruto del sacramento y nos prepara para su próxima recepción.

 

La virtud de la penitencia es hábito sobrenatural; por él nos dolemos de los pecados pasados. La virtud de la penitencia nos mantiene en el pesar de haber ofendido a Dios y en el deseo de reparar nuestras faltas. La virtud de la penitencia es lo mismo que el espíritu de compunción o de contrición. El sentimiento habitual de contrición proporciona al alma una gran paz, mantiene al alma en humildad, le ayuda a mortificar sus desórdenes, la mantiene purificada, la hace fuerte contra las tentaciones, la consolida en el camino del bien.

 

La virtud de la penitencia, además, nos une a los sufrimientos y méritos de Cristo, lo cual es fuente inefable de consuelos. Nos ayudará a adquirir el espíritu de penitencia y mantener activa esta virtud, primeramente la oración (hay un formulario de Misa “por el perdón de los pecados”; después hablaremos de los “salmos penitenciales”); también nos ayudará la contemplación de los sufrimientos de Cristo y, finalmente, la práctica voluntaria de mortificaciones y austeridades realizadas en unión con Cristo.

 

Los días penitenciales

 

Todos los fieles están obligados a hacer penitencia. La Iglesia ha fijado unos días penitenciales, en los que se dediquen los fieles de manera especial a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia. Son día y tiempos penitenciales todos los viernes del año (a no ser que coincida con una solemnidad) y el tiempo de Cuaresma (cf. CIC c. 1250; CEE, Decreto sobre días y tiempos penitenciales, art. 1).

 

 

Durante la Cuaresma, en la que el pueblo cristiano se prepara para celebrar la Pascua y renovar su propia participación en este misterio, se recomienda vivamente a todos los fieles cultivar el espíritu penitencial, no sólo interna e individualmente, sino también externa y socialmente, que puede expresarse en la mayor austeridad de vida, en iniciativas de caridad y ayuda a los más necesitados (cf. CEE, Decreto, 1, 1).

 

Todos los viernes, salvo los que coincidan con alguna solemnidad, ha de guardarse la abstinencia de carne; ayuno y abstinencia se guardarán el miércoles de ceniza (comienzo de la Cuaresma) y el viernes santo (memoria de la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo) (CIC c. 1251; CEE, Decreto, 1,2).

 

Los otros viernes de Cuaresma son también días de abstinencia, que consiste en no tomar carne, según antigua práctica del pueblo cristiano. Es además aconsejable y merecedor de alabanza que, para manifestar el espíritu de penitencia propio de la Cuaresma, se priven los fieles de gastos superfluos tales como los manjares o bebidas costosas, espectáculos y diversiones (cf. CEE, Decreto, 1,2).

 

En los restantes viernes del año, la abstinencia puede ser sustituida, según la libre voluntad de los fieles, por cualquiera de las siguientes prácticas recomendadas por la Iglesia: lectura de la Sagrada Escritura, limosna (en la cuantía que cada uno estime en conciencia), otras obras de caridad (visita de enfermos o atribulados), obras de piedad (participación en la santa Misa, rezo del rosario, etc.) y mortificaciones corporales (cf. CEE, Decreto, 1, 3).

 

La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. Cuiden sin embargo los pastores de almas y los padres que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados al ayuno o a la abstinencia (cf. CIC, c. 1252).

 

Los salmos penitenciales

 

Hay en el salterio siete salmos a los que la Iglesia, en su liturgia y en su piedad, ha venido llamando “salmos penitenciales”. Son los siguientes:

 

Salmo 6. Plegaria en la tribulación. “Señor, no me corrijas con ira”.

 

Salmo 32 (31). El reconocimiento del pecado obtiene su perdón. “Dichoso el que está absuelto de su culpa”.

 

Salmo 38 (37). Súplica en la desgracia. “Señor, no me corrijas con ira, no me castigues con cólera”.

 

Salmo 51 (50). Miserere. “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa”.

 

Salmo 102 (101). Oración en la desgracia. “Señor, escucha mi oración”.

 

Salmo 130 (129). De profundis. “Desde lo hondo a ti grito, Señor”.

 

Salmo 143 (142). Súplica humilde. “Señor, escucha mi oración; Tú que eres fiel, atiende a mi súplica”.

Los salmos penitenciales son muy apropiados para la oración personal, sobre todo en este tiempo de Cuaresma; de esta forma, va en sintonía la oración personal con la oración litúrgica. Gracias sean dadas a Dios por la Cuaresma. “La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un “tiempo de gracia” (2 Cor 6, 2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: “Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero” (1 Jn 4, 19) (Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2015).

Por Carmen Belén Moreno

(religiosa adoratriz)

 

 

Hay que apostar por algo, comprometerse con una causa y en ella empeñar los sueños, las capacidades, la ilusión y las ganas. Por ella dejarse la piel y las entrañas. En ella reír de júbilo con cada pequeña conquista. Luchar a brazo partido para que esa causa tenga un horizonte. Hay muchas causas posibles, muchas historias esperando una mano tendida. Y cada una/o somos llamadas/os a encontrar nuestro camino.

Y mi camino comenzó en Granada, en una familia creyente, humilde, sencilla y trabajadora que no sólo me educo como una buena persona, sino que me facilito todos los medios para poder ser una mujer competitiva en el trabajo, independiente y con ambiciones que hiciesen mi vida más fácil y cómoda.

Pero ese era el camino marcado por mis padres, no sabía que mi Padre del Cielo abría todas las puertas existentes para que yo eligiese el camino que más me apasionase, mi sorpresa fue que ese camino coincidía siguiendo al Jesús que pasaba por la vida haciendo el bien.

Me resistí cuanto pude pensando que podría encontrar algo mejor para mi vida, pero no pude dejar de comprometerme con algo que me hacía sentir viva y con más ganas de vivir y levantarme cada mañana y mis sentidos se despertaban a flor de piel, atentos a las necesidades de otras personas, que hacían que mis entrañas ardiesen por un mundo más justo, más humano.

Descubrí que toda mi vida había sido lo que debía ser para llegar al momento en que sólo una persona podía hacerme mejor, más yo, Jesús, el hijo de María.

Ya no podía resistirme más, pues había sido vencida en una llamada que plenificaba todo mi ser, eso era lo mejor para mí y quería que fuese bueno para todas las personas con las que entraría en contacto en mi vida y quien sabe, quizás también para aquellas que jamás les pondría rostro o nombre.

Decidí ser religiosa Adoratriz, donde el centro de la vida es Jesús Eucaristía, un Jesús lleno de vida, bondad y amor sin límite que me indicaba el camino de la misericordia, y la libertad, no sólo para mí, sino también para muchas mujeres y niñas vulneradas por mil situaciones de prostitución, prisión, drogadicción, maltrato, o por el simple hecho de ser mujer quizás entendida más por ser objeto que por ser persona.

No puedo dejar de escribir mi agradecimiento a todas aquellas personas que me han ayudado a ser mejor en mi opción de vida, porque han creído en mi de una manera especial, mirando en mí más allá de lo que yo podía ver, ayudándome a avanzar mucho más de lo que yo hubiese podido imaginar.

Os invito a cada una de las personas que puedan leer estas líneas que descubran esas presencias para ellas que son sanadoras, que resucitan y generan vida, al estilo de Jesús.

Y sintamos esa Presencia que nos alienta, nos acompaña, nos da vida, y enamora con su misión de bondad, paz, y misericordia entrañable para con todos, sin distinción.

Por Miguel Ángel Ortega

(Delegado de Patrimonio)

 

Como cada año, la Obra Social de Ibercaja ha firmado el convenio de colaboración con la diócesis de Sigüenza-Guadalajara para actuaciones en el patrimonio mueble de las parroquias de nuestra diócesis. La firma, llevada a cabo en la sede del obispado en Guadalajara el pasado 4 de febrero de 2015, por problemas de agenda, fue realizada esta vez por el Presidente de Ibercaja, Amado Franco Lahoz, y nuestro Obispo diocesano, don Atilano, acompañados, de la Directora de la Obra Social de Ibercaja y del Vicario Generalde la Diócesis, respectivamente.

En esta ocasión las parroquias que han recibido ayuda en la restauración de su patrimonio mueble han sido: Alocén (5.000€) para la restauración de la Portada Principal de la Iglesia; Fuensaviñán (5.000€) restauración de dos retablos; Bocígano (2.080€) restauración del Retablo Mayor; Utande (2.000€) restauración de talla románica; y, Parroquia de San José de El Coto (2.000 €), en El Casar, para la instalación de vidrieras. En total han sido 16.080 euros los que la Obra social de la entidad ha financiado para este fin, cantidad que se debe adjuntar al fondo de inversión (9.000€) previsto ante la solicitud de préstamos que las parroquias de nuestra diócesis han solicitado en el ejercicio pasado, por ejemplo la parroquia de Chiloeches. En total unos 25.000€, cantidad que en los últimos años aporta la entidad bancaria en la mejora de nuestro Patrimonio Cultural.

Por Odette Almeida

(Delegación de Pastoral del Sordo)

 

 

 

En los últimos meses las noticias nos han transmitido de nuevo de la cercanía del Papa Francisco a las personas con discapacidad; en su visita a Filipinas cuando intentó hablar en lengua de signos propia del país (las lenguas de signos no son universales), y en el encuentro via internet organizado por "Scholas Ocurrentes". En ambas ocasiones el Papa nos ha retratado el rostro de Cristo en el hermano dicapacitado, y el valor inmenso de cada vida. El Papa pronunció unas palabras muy bonitas que creo que tenemos que aplicar a todos, no solamente a los discapacitados; "Todos ustedes tienen un cofre, una caja, y adentro hay un tesoro. Y el trabajo de ustedes es abrir la caja, sacar el tesoro, hacerlo crecer y darlo a los demás, y recibir de los demás el tesoro de los demás".


Todos nosotros tenemos capacidades que podemos desarrollar y ofrecer a los demás, capacidades distintas pero nos complementamos unos con los otros; no somos islas sino un todo y cada uno aportamos un "rostro de Cristo".


La persona discapacitada tiene eco en el corazón de Cristo, pues sus llagas tienen necesidad de ser escuchadas y reconocidas, porque muchas veces la sociedad perfeccionista en que vivimos sufre con frecuencia la tentación de ocultar a estos hermanos; a veces queremos que no sean visibles o queremos descartarlos, quitando importancia a su condición. Sin embargo, es Cristo que está en ellos, está oculto , pero está… Muchas veces no lo vemos así, no lo reconocemos, porque quizás humanamente es más fácil ver a Cristo en lo bello, en lo perfecto , en lo agradable…


Las personas discapacitadas necesitan, de forma especial, ser escuchadas, ya que tienen voz y tienen corazón, aunque no salgan tanto en los periódicos o no sean noticia. Ellas son también la realidad del Cuerpo de Cristo y son nuestros hermanos. Son los sencillos, los pequeños, los humildes, a quienes nosotros a menudo consideramos los últimos, y sin embargo, son aquellos que más fácilmente se dejan ayudar, porque no se avergüenzan de su realidad.


Muchos de nosotros, si sufrimos la mínima vulnerabilidad, debilidad o fragilidad, tenemos tendencia ocultarla, sin darnos cuenta de que Dios está deseando venir a nuestras vidas y expresar su amor por lo más débil de nosotros, haciéndose carne; carne de Cristo.

Agustín Bugeda

(Vicario general)

 

 

Queridos amigos, mi reflexión de este mes quiere ser muy sencilla al comenzar la Cuaresma.

 

Solamente hacer caer en la cuenta que entre todos los medios que la Iglesia nos ofrece para vivir mejor este tiempo, para acercarnos más a Dios y a los hombres, uno de ellos tiene una gran eficacia y es de gran ayuda para muchos cristianos.

 

Me refiero a los Ejercicios Espirituales en sus variadas formas, como espacio de silencio y oración, de escucha atenta de la Palabra de Dios y celebración tranquila que nos introduce en el Misterio, en el camino de la conversión.

 

Desde la Diócesis y con el impulso de nuestro Plan Pastoral queremos que se tome muy en serio este medio y que ahora en Cuaresma y en cualquier momento del año hagamos lo posible por sacar unos días de silencio y oración en nuestro ajetreado ritmo de cada día.

 

Necesitamos pararnos, necesitamos encontrarnos con el Señor y con nosotros mismos, necesitamos escuchar lo que El quiere de nosotros y recibir su Espíritu, la fuerza necesaria para ponerlo por obra.

 

San Ignacio de Loyola instauró los Ejercicios de mes con un método todavía no superado para hacer discernimiento en la vida y cumplir cada uno con gozo su propia vocación. Este método se ha adaptado en tiempo y modos de muchas maneras peros sigue siendo muy eficaz y necesario si queremos ser auténticos discípulos de Cristo.

 

Sirva esta invitación al menos como deseo, pregunta, inquietud para que todos nos planteemos de una manera u otra programar unos días de Ejercicios Espirituales en nuestra vida.

 

Pido por ello en esta Cuaresma recién estrenada.

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