Por Eva Rojo

(Socióloga)

 

En los últimos días hemos oído hablar mucho sobre la importancia que tiene para occidente la libertad de expresión, y digo occidente porque para todo el mundo no existen las mismas reglas del juego, aunque lo creamos no existe culturalmente una única escala de valores que pueda medir una misma línea estándar  sobre valores para toda la humanidad.

No hemos de olvidar que “donde termina tu libertad empieza la mía” y es verdad que la libertad de expresión es un derecho pero sin menoscabar e insultar la integridad de las personas, esto incluye valores morales, religiosos etc.

No podemos en base de la libertad de expresión justificar la violencia, ningún tipo de ella, ni la verbal ni la física, pero el respeto con mayúsculas es el que marca la delgada línea que marca tu opinión de la mía, y no tanto la opinión como la expresión de la misma, o ¿puedo decir lo que quiera en el momento que me venga en gana?, no creo que esto sea el derecho a la libre expresión.

Las principales y más importantes guerras que nos narra la historia comienzan con un problema de comunicación, un mal entendido, una diferencia de opinión, de ideas dan al traste con la mejor convivencia, y es esta la base de la existencia del ser humano. Los nuevos sistemas de comunicación global tienen dos consecuencias importantes, en primer lugar la inmediatez de la información, nos llegan noticias de inmediato y con un flujo que nos impide contrastar y valorar siendo esto la causa de multitud de malas interpretaciones y malos entendidos, y en segundo lugar la globalización que proporciona una gran expansión de las ideas por todo el mundo. Estos dos binomios hacen del sistema algo volátil y a su vez apasionado quedándonos con la parte irracional que conlleva de este último adjetivo.

En fin estamos necesitados de un nuevo marco de entendimiento que pasa por la necesidad imperiosa de hablar del RESPETO como ingrediente básico en cualquier cultura que dote a la sociedad de empatía para conectar en un nuevo sistema que aporte la sinergia necesaria para hacer de este mundo un mundo mejor.

Juan José Plaza

(Delegación de Misiones)

 

 

 

El 3 de Febrero señala el calendario litúrgico de la Iglesia la celebración de la fiesta de S. Blas, obispo y mártir. Muchos pueblos de nuestra diócesis celebran su fiesta, entre ellos el mío, Albalate de Zorita.

Era natural de Sebaste, Armenia, en Asia Menor.  Es uno de  los Santos más famosos y venerados en la Iglesia tanto de Oriente como de Occidente. Y esto por dos motivos: 1/ Por su fidelidad a Cristo, que le llevó al martirio en tiempos del emperador Licinio, siendo gobernador de aquella provincia, Agrícola. 2/ Y por el milagro que realizó, cuando era conducido a la prisión, curando a un niño, que tenía atravesada la garganta por una espina. Este hecho lo ha convertido en el abogado de dichas enfermedades.

Los santos son como el espejo en que se refleja la presencia de Dios (su amor) y ejemplos vivos de vida para los cristianos de todos los tiempos.

En efecto,  aunque S. Blas es un santo mártir del Siglo IV no por eso es un santo pasado de moda, anticuado. Sigue siendo muy actual y su vida puede ser, y de hecho es, muy luminosa para los cristianos del siglo XXI.

Hoy se encuentra la Iglesia y  los cristianos, en general, en una situación parecida a la que se tuvo que enfrentar S. Blas. Es un hecho evidente que la religión más perseguida  actualmente en el mundo es la cristiana. Perseguida por medios sangrientos, pues los atentados y muerte de cristianos, en distintos países, son diarios. Y perseguida por medios incruentos incluso en países democráticos, que dicen defender los derechos humanos.

Ahí están los hechos: no permitir signos cristianos, poco a poco ir asfixiando la enseñanza religiosa en la escuela pública, magnificar cualquier hecho negativo que afecta a la Iglesia, todo lo que está ocurriendo en Andalucía   respecto a la catedral de Córdoba, etc.  No, el mayor peligro de persecución contra los cristianos, al menos en Europa, no nos viene del islamismo, sino de la misma sociedad europea paganizada, infectada de laicismo beligerante y de odio hacia la religión.

En estos días, tras el atentado de Paris, nos vienen bombardeando desde ciertos medios de comunicación y  centrales ideológicas contra el peligro de la islamofobia. Me parecería muy bien, si no fueran ellos mismos los que están constantemente incitando a la cristianofobia (es decir, al odio contra el cristianismo).

Hace un tiempo leí un libro que se titulaba: “El coraje de ser católico”. No cabe duda de que hoy, en pleno siglo XXI, en este mundo que vivimos, hay que tener coraje para perseverar en la fe y asumir el “martirio” a que estamos sometidos los cristianos (cruento o incruento).

Este coraje no es puro voluntarismo. Este coraje no es posible sin el don de Fortaleza, que nos otorga el Espíritu Santo por medio de la oración y que verifica  aquellas palabras proféticas del gran teólogo alemán Karl Rhaner: “El cristiano del siglo XXI será un místico (es decir un hombre de profunda oración) o no será nada”.

Los cristianos del S. XXI nos  acogemos a la intercesión de S. Blas:

1/ Para que nos conceda su “coraje”, en la presente situación, y  permanezcamos fieles a Cristo.

2/ Y también para que nos cure los males de garganta, físicos y especialmente  espirituales,  que  nos permita alzar la voz  y salir de nuestros silencios y cobardías, dando testimonio valiente de nuestra fe en familia, ante los hijos, en el trabajo, entre los vecinos, entre los amigos, en los nuevos  areópagos  de la sociedad, etc., como hicieron S. Blas y los apóstoles, cuando querían taparles la boca, prohibiéndoles predicar el evangelio. Que, como ellos, seamos capaces de decir: “Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5, 29).

¡Mártir San Blas, en estos tiempos en que  a los cristianos se nos persigue como hicieron contigo, y, a la vez, se nos convoca  a una nueva evangelización, cura nuestras cobardías para que seamos capaces de dar testimonio, con nuestras palabras y obras, de Cristo en el mundo presente!

Jesús de las Heras

(Sacerdote y periodista)

 

 

Era el 5 de mayo de 1981. Era martes, día, pues, lectivo. Cursaba yo entonces 3º de Teología. Y a esas horas –las que ahora diré- estábamos o debíamos estar en clase de Teología Dogmática. No recuerdo si el profesor de esta disciplina, a la sazón también el rector del seminario mayor seguntino, había llegado ya a clase o el acontecimiento en cuestión le tenía retenido en el obispado o en la catedral. Sí recuerdo perfectamente que a las 12 horas de aquel martes 5 de mayo de 1981 las campanas de la catedral comenzaron a repicar con especial e inusitada fuerza. Su sonido, bullicioso y alegre, era, además y sobre todo, una señal, un anuncio, una noticia: la diócesis de Sigüenza-Guadalajara tenía, tras la renuncia del anterior, formalizada el 25 de julio de 1980, nuevo obispo… Iba a ser, además, el obispo que habría de ordenarnos precisamente a aquellos que desde la clase de Dogma de seminario de Sigüenza nos asomábamos, divertidos y conscientes del momento histórico, a sus balcones para percibir el voltear de las campanas y saber el nombre y los apellidos del nuevo obispo.

Pronto salimos de dudas: era Jesús Pla Gandía, de 65 años, valenciano, en los últimos diez años obispo auxiliar de Valencia, cuyo nombre, incluso en aquellos tiempos, ya se había escuchado previamente en la rumorología que nunca falla y es que tan veterana como la misma condición humana.

Diecinueve días después, don Jesús Pla llegaba a la diócesis y a los seminaristas de los últimos cursos nos correspondía ayudar en la entrada y misa de su toma de posesión. Sigüenza se vistió más que nunca de primavera y de fiesta, mientras nos llegaban las primeras referencias de nuestro obispo. Nos contaban que era muy bueno y muy recto, que sus homilías eran casi eternas, que era muy activo, que debajo de la sotana llevaba un metro porque le encantaban las obras y que iba a ser obispo obispo…, vamos, que sabía lo que era ser obispo.

A estas, El ECO, nuestra entrañable e imprescindible Hoja Diocesana, publicó una amplia biografía del nuevo obispo y una semblanza. Esta última reproducía una definición de un anónimo sacerdote valenciano buen conocedor de don Jesús, que ya desde entonces se me quedó grabada y que, con el paso del tiempo, comprendí lo certera que era: sí, don Jesús Pla era “serio, austero, fuerte, firme, tenaz”, y luego pudimos comprobar que también era, que fue un buen pastor, un buen cura, una buena persona, alguien en quien confiar, alguien que sabía bien lo que quería, alguien cuya autoridad era grande y, sobre todo, moral, la autoridad de quien predica con el ejemplo, de quien vive lo que dice, de quien es honesto, íntegro, bueno, entregado.

Ya nos lo dijo también, ya nos lo escribió para ser mis precisos, el mismo don Jesús en su primera carta en EL ECO: “Soy vuestro obispo. Y esto significa que debo amaros con todo el alma y serviros sin regateos”. Y doy fe que lo que cumplió a rajatabla. No vivió más que más servir a la diócesis, a la que amaba entrañablemente. No escatimó tiempo, viajes, entrega, dedicación, entusiasmo, estudio, oración y, en suma, amor a cualquier problema diocesano y a cualquier diocesano.

Y ese fue el secreto de sus diez y medio años al servicio de nuestra diócesis: amar, pastorear y servir sin regateos. Por ello, ¿cómo ahora no nos vamos alegrar de que se abra, en fase preliminar, de impulso y de información previos, su causa de canonización? Prospere esta o no, y lo haga antes o después, el que ya y para siempre el tratamiento de don Jesús sea el de siervo de Dios es un reconocimiento, una verdad, una satisfacción pues, si algo fue, fue precisamente el ser un siervo de Dios, un hombre de Dios, con sus limitaciones y sus equivocaciones, como todos los humanos, pero siempre, y como tanto a él le gustaba decir, con “rectitud de intención”, “sin buscarse la vida”, sino dando, entregando ésta al servicio de su misión: la de ser obispo, la de amar con todo el alma y servir sin regateos. En la estela, pues, del Buen Pastor.

Tiempo habrá para volver sobre su figura, ¡ojalá!, por la causa de canonización recién incoada, y  también por aquello de que “bien nacidos es ser agradecidos”. Y lo escribe quien no siempre –en los primeros años- acabó de entender del todo a don Jesús y este, don Jesús,  no acabó–en los primeros años- de entender a quien esto suscribe, hasta que me di cuenta –incluso nos dimos cuenta- de la verdad, de nuestras respectivas verdades y singularidades…

Alfonso Olmos

(Director de la Oficina de Información)

 

 

 

 

El pasado día 24 de enero, fiesta de San Francisco de Sales, patrón de los periodistas, recibí un whatsapp que me animaba a comunicar todo lo verdadero, lo bueno y lo bello. Inmediatamente reenvié a varios amigos que se dedican a la comunicación el mismo mensaje, al que rápidamente contestaban aceptando agradecidos el reto de intentar comunicar buenas noticias.

El devenir diario nos aborda con noticias de todo tipo, algunas no muy buenas, siendo generoso en la apreciación. La gente comenta en sus conversaciones la angustia que se siente cuando, a la hora de la comida o de la cena, los informativos televisivos muestran un elenco de malas noticias de esas que te amargan la reunión en familia y hasta las viandas compartidas.

Estamos deseosos de buenas noticias. Pero, ¿por qué no ser nosotros mismos buena noticia para los demás? Ahí está la clave. Tenemos que esforzarnos cada día por hacerle la vida más fácil al de al lado con generosidad de corazón. Nuestras propias familias, que van cambiando con el tiempo, son el primer lugar en el que debemos ser buena noticia: siempre hay alguno que necesita un favor especial, o una ayuda extraordinaria; quizás haya llegado un nuevo miembro no esperado, puede que de fuera de nuestras fronteras; alguno de los nuestros se ha apartado de Dios, o de la Iglesia; algún otro puede vivir en situación de esas que se han dado en llamar irregulares; a veces cuesta la reconciliación...

Me he referido al ámbito familiar, pudiéndome haber referido a cualquier otro, porque en la víspera de la fiesta del patrón de los periodistas el papa Francisco hizo público su mensaje para la Jornada de las Comunicaciones Sociales titulado Comunicar la familia:
ambiente privilegiado del encuentro en la gratuidad del amor
, sin duda motivado por el convencimiento de que la familia es el primer lugar donde aprendemos a comunicar.

Sirvan como colofón a este breve comentario estas palabras del papa que nos pueden ayudar a vivir y a comunicar la familia: No existe la familia perfecta, pero no hay que tener miedo a la imperfección, a la fragilidad, ni siquiera a los conflictos; hay que aprender a afrontarlos de manera constructiva. Por eso, la familia en la que, con los propios límites y pecados, todos se quieren, se convierte en una escuela de perdón. El perdón es una dinámica de comunicación: una comunicación que se desgasta, se rompe y que, mediante el arrepentimiento expresado y acogido, se puede reanudar y acrecentar.

 

Miguel Torres

(Consiliario de Apostolado Seglar)

 

En el año 2014 se han cumplido veinte desde la aprobación por La LXII Asamblea Plenaria de la CEE del documento "La Pastoral Obrera de toda la Iglesia". Los obispos nos ofrecen unas claves para interpretar la realidad del trabajo en la actualidad.

1.- El trabajo humano es medio imprescindible de realización personal de la propia vocación, y reconocimiento de la sagrada dignidad de la persona, varón y mujer.
 
2.-Mediante el trabajo humano construimos también la vida social y política, contribuyendo en nuestro mundo y sus circunstancias históricas concretas, a la realización del Plan de Dios para la humanidad, anticipando en la solidaridad humana y en la justa distribución de los bienes destinados universalmente a todos.
 
3.-Si falta el trabajo la dignidad humana está herida, nos ha recordado recientemente en diversas ocasiones el papa Francisco.
 
4.-En algunos lugares hoy el carácter sagrado de la dignidad humana no se tiene en cuenta y queda especialmente dañado por las condiciones de trabajo que imperan, con frecuencia, en nuestro mundo. La realidad del mundo del trabajo es hoy distinta a la de hace veinte años: se ha precarizado aún más, se ha desvinculado el trabajo de la dignidad del ser humano, se ha despersonalizado. Pese a tener trabajo, cada vez más, las condiciones del mismo –especialmente las salariales- impiden que trabajar sea un medio para salir de la pobreza y la exclusión social. El trabajo se ha individualizado de tal modo que ha dejado de ser un elemento de construcción social de lo común; para muchas personas pasa a ser un instrumento de individualización egoísta que nos enfrenta a los hermanos, que fragmenta los vínculos sociales, que no crea comunión entre las personas y pueblos, que impide en muchas ocasiones una vida personal, familiar, y social. De hecho las sucesivas "reformas laborales" buscando la posibilidad de aumentar los puestos de trabajo han favorecido esta tendencia.
 
5.-El trabajo sigue siendo la clave –quizá la clave esencial, decía San Juan Pablo II, en Laborem Exercens- de la cuestión social, y esto porque en la nueva configuración del trabajo humano se asienta el nacimiento de un nuevo sujeto cuya existencia se orienta a producir y consumir, reduciendo su humanidad, hiriendo su dignidad humana, y configurando así una sociedad deshumanizada. Negar la dignidad humana del trabajador, cosificando el trabajo humano, es negar a Dios mismo, y entorpecer su proyecto de salvación para todos.
 
6.-La Enseñanza Social de la Iglesia, desde antes incluso de la publicación de Rerum Novarum, ha tenido claro y ha puesto de manifiesto que el trabajo no es solo medio de expresión de la dignidad humana, sino que en su configuración se juega de manera especial la configuración de la sociedad y del mundo, conforme al plan de Dios. Los papas en la Doctrina Social han ido prestando cada vez mayor atención a la deshumanización que se produce en el trabajo humano, y a cómo en lugar de ser principio de vida, pasa a ser demasiadas veces ocasión de dolor, empobrecimiento y muerte.
 
7.- Los Obispos quieren hacer llegar a todos los trabajadores y sus familia su solidaria y fraterna cercanía; de modo especial a quienes son víctimas de accidentes laborales y enfermedades profesionales, a quienes han perdido el trabajo sin esperanza de recuperarlo, a quienes lo tienen que realizar en condiciones precarias o injustas, a quienes se ven atrapados en la espiral de la economía sumergida, informal y sin derechos; a los jóvenes a los que se les niega el trabajo y que les lleva a afrontar con desesperanza un futuro laboral cargado de incertidumbre; a las mujeres que se ven tantas veces discriminadas en el trabajo por su propia condición, a los migrantes forzados a abandonar sus familias y hogares en busca de un trabajo que les permita vivir con dignidad.
 
8.- Los obispos nos animan a seguir transparentando con nuestra vida el Amor misericordioso de Dios a todos los que sufren, y a seguir ofreciendo la salvación de Jesucristo a todos nuestros hermanos del trabajo.
 
    El trabajo humaniza. 

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