Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

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Lo observo con frecuencia y me entristece. Un día, hoy o hace cien años, uno o algunos cristianos tocados por el Espíritu Santo, por el “Orfebre de los Santos”, regalan al mundo y al Pueblo de Dios, el nacimiento de una obra cualquiera que sea pero que viene justificada por hacer el bien. Que viene a cubrir, la mayoría de las veces, una necesidad específica y que justifica por sí misma, el nacimiento de ese nuevo servicio Eclesial. De ese nuevo llevar a Cristo al mundo que nos rodea.

También a veces, la polvareda del camino que andamos, que anda ese nuevo regalo en forma de concurso para aliviar o servir a otros, el polvo que se nos adhiere va poco a poco, desviándonos de los objetivos fundacionales. De aquellos para los que nos soñaron. Los sucesores de aquellos fundadores desean aportar su propia visión y aumentar los objetivos o reformar las prioridades de la primera hora. Siempre con la mejor intención ¡faltaría más! Pero……… ¡no siempre se hace el bien, aunque se crea que se está haciendo! No siempre. A veces se propone frente a la propia filosofía de los primeros años.

Con más frecuencia que la debida y creo que todos sabemos y pondríamos ejemplos exactamente de lo contrario, de cómo nos olvidamos de practicar como básicos las aspiraciones de la primera hora y las cambiamos por otras más fáciles. Más llevaderas, más cómodas y frecuentemente menos exigentes para nosotros. Santa Teresa de Ávila es un buen ejemplo de cómo tuvo que rebelarse contra esas prácticas.

Unas prácticas que a veces, ni tan siquiera están entre los objetivos acordes con la filosofía del fundador o fundadores de la Obra en cuestión, o con su carisma, pero sí parece que son muy atractivos para “venderse”. Para vender que la obra en cuestión, se “moderniza”. Para venderse, a veces, añadiría venderse a sí mismos, los promotores de esos cambios tantas veces innecesarios y en contra del mismo espíritu fundacional.

Con frecuencia lo que hacemos es desvirtuarla. Es crear otra cosa y no siempre mejor que la anterior. Hay veces que dejamos lo bueno para simplemente optar por lo mediocre, pero que consideramos más visible.

Seamos conscientes de que en un mundo cada día más alejado de los conceptos morales básicos no digo ya de los religiosos, estos cambios lo que logran es hacernos menos útiles a la extensión del Reino y con frecuencia, nos alejan de la oración, la meditación de la Sagrada Escritura, de la lectura apropiada, de la búsqueda del buen consejo, por encontrar todo ello, “pasado de moda y casi inservible frente a la modernidad”. Olvidándonos con frecuencia de lo que nos ha enseñado siempre la Iglesia y como nos lo recuerda y enseña el Concilio Vaticano II en la “Lumen Gentium” (10):

“Los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo, para que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable (Cf. 1 Pe 2, 4-10). Por ello, todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabanza a Dios (Cf. Act 2, 42.47), han de ofrecerse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rom., 12,1), han de dar testimonio de Cristo en todo lugar, y a quien se la pidiere, han de dar también razón de la esperanza que tienen en la vida eterna (Cf. 1 Pe 3, 15)”.

Roguemos y estemos siempre vigilantes para qué a estos peligros, no sucúmbanos nunca en las Conferencias ni en aquellas obras cuya filosofía católica, nos es grata.

 

Por María, siempre a Cristo con y por María.

 

 

 

MODERNISATIONS?

 

I often observe it and it saddens me. One day, today or a hundred years ago, one or a few Christians touched by the Holy Spirit, by the "Goldsmith of the Saints", give to the world and to the People of God, the creation of a work, whatever it may be, but which is motivated by doing good. Most of the time it meets a specific need and justifies in itself the birth of this new ecclesial service, of this new way of bringing Christ to the world around us.

Sometimes, too, the dust of the road we walk, that this new gift walks in the form of support to relieve or serve others, the dust that sticks to us, diverts us little by little from our foundational objectives. From those for which we were dreamed. The successors of those founders wish to bring their own vision and increase the objectives or reform the priorities of the first period. Always with the best intentions, of course! But ......... we do not always do good, even if we think we are doing it! Not always. Sometimes there are propositions against the very philosophy of the early years.

More often than we should, and I think we all know it and would give examples of exactly the opposite, how we forget to practice as fundamentals the aspirations of the first hour and replace them with easier ones. More bearable, more comfortable and often less demanding for us. Saint Teresa of Avila is a good example of how she had to rebel against such practices. 

These practices are sometimes not even among the objectives in line with the philosophy of the founder or founders of the Work concerned, or with their charisma, but they do seem to be very attractive in order to "sell themselves". To sell that the work in question is "being modernized". I would add that sometimes the promoters of these changes seek to sell themselves. Changes that are so often unnecessary and contrary to the founding spirit itself.

Often what we do is to distort it. It is to create something else and not always better than the previous one. There are times when we leave aside the good simply to choose the mediocre, which we consider more visible.

Let us be aware that in a world increasingly distant from basic moral concepts, let alone religious ones, these changes make us less useful for the spread of the Kingdom and often move us away from prayer, meditation on the Holy Scripture, appropriate reading and the search for good advice. Because we find all this "out of fashion and almost useless in the face of modernity". We often forget what the Church has always taught us, and what the Second Vatican Council reminds us and teaches us in “Lumen Gentium” (10):

"The baptised are consecrated as a spiritual house and a holy priesthood by the regeneration and anointing of the Holy Spirit, so that through all the works of the Christian man they may offer spiritual sacrifices and proclaim the wonderful deeds of him who called them out of darkness into a wonderful light (cf. 1 Pet 2:4-10). Therefore, all Christ's disciples, persevering in their prayers and praise of God (cf. Acts 2:42,47), are to offer themselves as a living sacrifice, holy and acceptable to God (cf. Rom. 12:1). They are to bear witness to Christ everywhere and to those who ask them, they are also to give an account of their hope of eternal life (Cf. 1 Pe 3, 15)”.

Let us pray and be ever vigilant so that we never fall prey to these dangers in the Conferences or in those works whose Catholic philosophy is pleasing to us.

 

Through Mary, always to Christ with and through Mary.

 

(1) Vincentians pray that the Holy Spirit will guide them in their encounters with those who suffer and make them channels of the peace and joy of Christ (Rule S.S.V.P. art.

El 19 de marzo, fiesta de San José, es el Día del Seminario; y en las comunidades autónomas en que no es festivo, como la nuestra, se celebra el domingo 20

 

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

En el entorno de la fiesta de san José, llega también el Día del Seminario. «Sacerdotes al servicio de una Iglesia en camino» es su lema para este año, un lema claramente en clave sinodal.  Este curso 2021-2022. hay 1.028 seminaristas mayores en España, una cifra, de nuevo, en descenso en relación con los anteriores años. El número de seminaristas menores, también a la baja, es de 818. En 2021, hubo en toda España 125 ordenaciones sacerdotales, una menos que en 2020.

El Día del Seminario es una veterana jornada eclesial, con más de 80 años de trayectoria, destinada a suscitar vocaciones sacerdotales.  Es, por ello, jornada de oración, de sensibilización y de animación vocacional y de presentación de testimonios de los propios seminaristas. Asimismo, el Día del Seminario da a conocer la vida, en sus dimensiones humana, formativa, espiritual, pastoral y material, de nuestros seminarios y llama, mediante colecta imperada, a colaborar económicamente con su sostenimiento.

La jornada del Día del Seminario es un momento propicio para poner de manifiesto la solicitud de cada parroquia por el seminario y por las vocaciones sacerdotales. La Iglesia en este día nos propone mostrar nuestra cercanía y aprecio por cada seminarista y orar por ellos, por sus formadores y por todas las vocaciones sacerdotales.

 

 

Tres seminaristas en Sigüenza-Guadalajara

 

Nuestra diócesis de Sigüenza-Guadalajara mantiene sus tres seminaristas mayores: Enrique López Ruiz, ya diácono desde el verano pasado y quien será ordenado presbítero esta primavera; Emilio Verada Cuevas, que el sábado 20 de marzo de 2021 recibió asimismo el lectorado y el acolitado y quien podría ser ordenado diácono en este verano; y Diego Gonzalo Moreno, que, en celebración, presidida por el obispo y llevada a cabo en la iglesia del seminario diocesano “San José” de Guadalajara, recibió, el sábado 12 de marzo, los ministerios de lector y acólito.

Nuestros tres seminaristas diocesanos estudian y residen en Madrid, aunque los fines de semana vuelven a nuestra diócesis y colaboran con la pastoral. Diego Gonzalo, el más joven de los tres, vecino de Azuqueca de Henares (parroquia de La Santa Cruz), con raíces familiares en Torrebeleña y Casasana, y de 23 años, colabora pastoralmente en la parroquia de Santa María Micaela de Guadalajara; Emilio, que es de Guadalajara (parroquia de Santiago Apóstol), con raíces en Pareja y en Budia, de 25 años, colabora con la parroquia de San José Artesano de Guadalajara. Enrique, que es el mayor en edad, 32 años y natural de Guadalajara (parroquia de Santa María), sirve pastoralmente en las parroquias de San Pascual Baylón y Beata María de Jesús, con la colaboración de estas a la unidad pastoral de Jadraque. Enrique cursa estudios de licenciatura en Catequética y Evangelización, y Diego y Emilio, 6º de Teología, incluido el primer curso de licenciatura en Teología Litúrgica y Teología Moral, respectivamente.

Entre otras actividades para el Día del Seminario 2022, junto a testimonios vocacionales en parroquias y el envío de la propaganda correspondiente a estas, el viernes 18 de marzo, a las 21 horas, la capilla del Seminario de Guadalajara acoge una vigilia de oración vocacional, promovida por las delegaciones diocesanas de Pastoral Vocacional y de Apostolado Seglar y Nueva Evangelización.

 

«Sacerdotes…»

 

El objetivo del seminario es acompañar a jóvenes llamados por Dios para ser sacerdotes, ayudándolos en el discernimiento de su vocación y formándolos para servir al pueblo de Dios. Del mismo modo que Jesucristo los llamó para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, en el seminario nos encontramos una comunidad que escucha su palabra, la interioriza y se pone en camino para seguir sus pasos.

A semejanza del Señor, que reunió al grupo de los apóstoles, en el seminario se vive en comunidad, estableciendo relaciones de fraternidad y lazos de amistad sincera. La relación personal con el Maestro no excluye, sino que se enriquece con la presencia de compañeros y la vivencia en comunidad de la fe y de la vocación. Esto es preparación y anticipo para un estilo de ser sacerdote y de estar presente en medio de la Iglesia y del mundo.

Por ello, el lema de este año empieza con la palabra «sacerdotes» en plural, recordándonos el sentido del seminario y llamándonos a acrecentar la fraternidad. Los sacerdotes no son llamados para estar solos. El seminario nos enseña la importancia de la comunidad y la necesidad de vivir una sana fraternidad.

Además, los sacerdotes han de saberse unidos a un presbiterio, llamados a trabajar en común y a acrecentar la fraternidad sacerdotal. Una fraternidad sacerdotal que es querida por Dios, igual que la que vivieron los apóstoles, y que por ello no es algo opcional, sino esencial en nuestra vocación.

 

«…al servicio...»

 

El lema de este año nos presenta también la vocación sacerdotal como servicio. Desde el principio, los cristianos estamos llamados a imitar a aquel a quien seguimos, que nos aseguró que él «está en medio de nosotros como el que sirve». Por eso el sacerdocio solo puede entenderse desde el servicio. Esto supone una gramática elemental de la vida como don recibido que tiende, por propia naturaleza, a convertirse en un bien que se dona; nuestro ser es «ser para los demás» y toda vocación auténtica es servicio a los otros.

En el seminario, los seminaristas aprenden a vivir el servicio y a servir a los hermanos, como parte integrante y fundamental de la vocación. Los intereses egoístas y el provecho propio han de desterrarse y deben dejar lugar al desarrollo de una vocación recibida para ser entregada. Solo desde la entrega la vocación recibe todo su sentido.

El sacerdocio, junto con la Palabra de Dios y los signos sacramentales, a cuyo servicio está, pertenece a los elementos constitutivos de la Iglesia. El ministerio del presbítero está totalmente al servicio de la Iglesia. El desempeño del ministerio sacerdotal conlleva saber servir a las comunidades a las que los sacerdotes son enviados. En el servicio discreto y silencioso, alejado de protagonismos, pero rico en experiencias y alegrías, los sacerdotes descubren unidos a quien no vino a ser servido, sino a servir, encontrando en ello la razón de nuestra vocación.

 

«…de una Iglesia…»

 

El servicio al que se llama a los sacerdotes (al igual que a todo el pueblo de Dios) se desempeña en el seno de la Iglesia, esposa de Cristo. La formación es, por tanto, fundamentalmente eclesial y comunitaria.

El futuro sacerdote proviene de la Iglesia particular y a ella regresa para servirla como pastor, con un nuevo envío y un carácter sacramental. Este regreso ministerial se refiere a la comunidad diocesana en la que quedará incardinado, para representar sacramentalmente a Cristo Cabeza, Siervo, Sacerdote, Esposo y Pastor, poniéndose al servicio de la comunión y de la misión confiada a la Iglesia: la evangelización.

El seminario es una etapa crucial en la vida del sacerdote, puesto que allí se aprende que la Iglesia, en su desvelo por cada uno de sus hijos, necesita de hombres dispuestos a servir y entregar su vida en todo tiempo y en cada circunstancia. Un servicio y una entrega de la vida que es también respuesta a las necesidades concretas de la Iglesia. El servicio que implica la vocación sacerdotal se debe llevar a cabo en la Iglesia tal y como esta necesita y espera ser servida.

Por eso, el seminario supone un momento de despojamiento, no solo porque introduce en la dinámica del servicio, sino también de la renuncia a los propios planes y proyectos en aras a una entrega total y sin reservas.

El sacerdote debe ser capaz de amar a la gente con un corazón nuevo, grande y puro, con auténtica renuncia de sí mismo, con entrega total, continua y fiel, con una ternura que incluso asume matices del cariño materno.

La Iglesia a la cual los sacerdotes se entregar y sirven, que acoge y cuida, tiene unas necesidades que deben ser atendidas. Jesucristo amó y se entregó por su Iglesia, y los sacerdotes están llamados a actuar del mismo modo. Aunque en la misma Iglesia hay diversidad de carismas, y el seminario es siempre ocasión de conocerlos y apreciarlos, todos están dados por el Espíritu para la edificación de aquella. La etapa del seminario sirve para comprender también que la diversidad no debe ser disgregación, sino cooperación al bien común.

Los sacerdotes, cada uno desde la misión confiada y contando con los distintos carismas presentes en la Iglesia, están llamados a servir a todo el pueblo de Dios. Por eso, el sacerdote debe ser hombre de comunión en una pastoral comunitaria, valorando y potenciando la aportación específica del laicado y de la vida consagrada, y aprendiendo a descubrir, discernir y promover los distintos carismas, ministerios e iniciativas evangelizadoras suscitados por el Espíritu en la Iglesia en orden a una fructífera colaboración.

 

«… en camino...»

 

La Iglesia está en camino constantemente, puesto que sigue a Jesucristo, su esposo, que es el camino, la verdad y la vida. La Iglesia militante a la que pertenecemos y a la que estamos llamados a servir, se pone toda ella en camino tras las huellas de su esposo.

La Iglesia peregrina en este mundo y busca caminos para llegar a todos los pueblos anunciando el Evangelio. Toda la Iglesia es misionera, toda la Iglesia sale a los cruces de los caminos para proponer a los hombres de buena voluntad la buena noticia.

Y en su peregrinar por este mundo, la Iglesia se muestra solícita buscando ser mensajera de la verdad, anunciando el Evangelio, en diálogo con un mundo tan necesitado de escuchar la buena nueva. Los futuros sacerdotes han de prepararse para vivir en una Iglesia en salida que disponga todos sus medios y estructuras en orden al anuncio del Evangelio, en una permanente conversión pastoral y misionera.

La Iglesia en camino enseña a los seminaristas en su etapa de formación que el anuncio del Evangelio es una misión que atañe a todo cristiano, y por supuesto, a los sacerdotes. En el seminario, con toda la ilusión de un corazón joven que quiere entregarse, los seminaristas tendrán ocasión de conocer que, en este anuncio, el sacerdote experimentará los gozos y las fatigas de una tarea irrenunciable de su vocación. El sacerdote está al servicio de la Iglesia, caminando con todo el pueblo de Dios y haciéndose eco de la llamada dirigida a cada hombre de cualquier época a formar parte de ella.

El Sínodo universal (en nuestro caso, también diocesano) en el que nos encontramos nos hace a todos ponernos en camino juntos. También los sacerdotes están llamados a caminar con todo el pueblo de Dios, poniéndonos a su servicio. El ejemplo de los sacerdotes, que salen de sus comodidades y de lo que ya conocen, para esforzarse en evangelizar y aportan su presencia y compañía a los bautizados, es un poderoso testimonio para los seminaristas.

Y aunque, en ocasiones, debido al estilo de vida propio de los seminarios, el contacto con las parroquias se vea reducido durante un tiempo en el que los seminaristas están aparentemente desconectados, sin embargo, la Iglesia, que es madre y cuida de todos sus hijos y custodia sus vocaciones, se mantiene en oración y en vela y hace partícipes a los seminaristas de todas sus inquietudes, retos y misiones.

 

Estampa del Día del Seminario 2022 (PDF)

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 18 de marzo de 2022

Cuatro de ellos, españoles: san Isidro labrador, san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier y santa Teresa de Jesús; y el quinto, italiano, san Felipe Neri

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

El 22 de enero de 1588 el Papa Sixto V creó, mediante la constitución apostólica “Inmensa aeterni”, la Sagrada Congregación para los Ritos con el doble objetivo de regular el culto divino y tratar las causas de los santos. A partir de entonces, empieza a homologarse los procesos de canonización y de beatificación, que se sistematizan y regularizan, de una manera ya más común, estable y definitiva con el Papa Urbano VIII, mediante sendos documentos al respecto de los años 1634 y 1642.

Entre ambos pontificados y en medio de las fechas citadas, el 12 de marzo de 1622, en Roma, tuvo lugar una de las celebraciones de canonización más significativas e importantes de la historia: san Isidro ladrador, san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier, santa Teresa de Jesús y san Felipe Neri, de quienes ofrecemos, tras una breve introducción y contextualización historia, sus semblanzas biográficas.

El papa era Gregorio XV (1554-1623), quien rigió la Iglesia universal durante dos años (1621-1623).  El contexto histórico es la reforma católica o contrarreforma, mediante la cual la Iglesia católica quiso responder a los efectos del protestantismo (la llamada reforma luterana o protestante).  Una de las claves de la reforma católica o contrarreforma era potenciar el valor de la santidad y del ejemplo e intercesión de los santos.

De hecho, de las cinco canonizaciones del 12 de marzo de 1622, cuatro fueron de otros y bien significativas y relevantes cristianos que habían abanderado la reforma católica y sus principios y valores (el único que no vivió en el siglo XVI fue san Isidro). Resulta muy significativo que cuatro de ellos sean españoles. Y es que fue precisamente España el adalid fundamental de la causa de la reforma católica, que produjo también extraordinarios frutos de santidad en otros países como Francia e Italia, entre otros.

 

San Isidro labrador (1082-1172)

 

Nacido en Madrid hacia el año 1082 y cuando esta ciudad era todavía territorio de la ocupación musulmana, según el poeta Lope de Vega, los padres de Isidro de Merlo y Quintana se llamaban Pedro e Inés, y su vida inicial fue en el arrabal de San Andrés de la villa de Madrid. San Isidro nace de una familia de colonos mozárabes que se encargó de repoblar los terrenos ganados por el rey Alfonso VI. Es posible que procediera de una familia humilde de agricultores que trabajan en campos arrendados, propiedad de Juan de Vargas.

A causa de las invasiones árabes de Madrid, Isidro pasó parte de su juventud en Torrelaguna (Madrid), donde conoció y casó con María Toribia (santa María de la Cabeza), natural de Caraquiz, en Uceda (Guadalajara). El matrimonio tuvo un hijo, Illán, también santo.

Una vez regresó a Madrid, de nuevo a su barrio natal del arrabal de San Andrés, continuó trabajando como agricultor y como labrador, dedicado al cuidado de su familia, al ejercicio de la piedad cristiana y a las obras de caridad.

Tras una piadosa, laboriosa y hasta milagrosa larga vida, san Isidro falleció en el año 1172, su cadáver se enterró en el cementerio de la Iglesia de San Andrés dentro del arrabal donde había vivido. Su cuerpo permanece incorrupto y se encuentra actualmente en la Real Colegiata de San Isidro, en la calle Toledo, la primera catedral de la diócesis de Madrid.

 

San Ignacio de Loyola (1491-1556)

 

El 31 de julio es la fiesta de san Ignacio de Loyola. Allí, en el castillo de Loyola, en la localidad guipuzcoana de Azpeitia, nació Íñigo López de Loyola, conocido después y para la eternidad como Ignacio de Loyola.

Nació a la vida terrena el 4 de junio de 1491 y su “dies natalis”, su muerte, aconteció en Roma el 31 de julio de 1556. Una veintena larga de años antes, el 15 de agosto de 1534, en París, había fundado en París una Compañía bien formada y bien dispuesta para “la mayor gloria de Dios”, “para abrir caminos al Evangelio” y para “en todo amar y servir”. El Papa Paulo III, en Roma, en 1540, aprobó definitivamente esta Compañía, la Compañía de Jesús.

Con voluntad inicial de peregrinar, servir y evangelizar en Tierra Santa, la imposibilidad de regresar a Tierra Santo, acompañado por los seis primeros jesuitas y la providencia de Dios, hizo que Ignacio descubriera que la Iglesia universal, el mundo entero, era la nueva y definitiva Jerusalén.

De caballero (celebramos también ahora el quinto centenario del comienzo de proceso de conversión, tras ser herido en una batalla en Pamplona, el 20 de mayo de 1521) a peregrino (con etapas en Manresa, Montserrat, Barcelona y Tierra Santa) y de peregrino a apóstol, el fundador de los Jesuitas e inspirador de tantas otras congregaciones religiosas es también el “padre” de los ejercicios espirituales y del ideal de ser contemplativos en la acción para servir solo al Señor y a su esposa la Iglesia bajo el estandarte de la cruz.

San Ignacio de Loyola -uno de los mayores timbres de gloria de la Iglesia- fue ordenado sacerdote en Venencia el 24 de junio de 1536.

 

        San Ignacio de Loyola, de Rubens

 

 

San Francisco Javier (1506-1552)

 

Al alba del 3 de diciembre de 1552 fallecía en la isla de Sanción, frente a las costas de China continental, Francisco de Jasso y de Azpilicueta (más conocido por Francisco Javier o Francisco de Javier, en relación al lugar de su nacimiento), el apasionado por Jesucristo, el plusmarquista de Dios, el divino impaciente, el misionero encarnado desde el más acá en el más allá y más lejos, el aventurero del Evangelio. el patrono universal de las misiones.

Nacido en el castillo navarro de Javier el 7 de abril de 1506, anhelaba fama, gloria y poder hasta que se encontró en París con Ignacio de Loyola y descubrió que solo se gana la vida “perdiéndola” por el amor y el servicio a los demás en el nombre del Señor.  Porque “¿de qué le sirve al hombre ganar su vida si pierde su alma?

Fue ordenado sacerdote en Venecia en 1536. Y pronto el mundo –siempre “más allá, más lejos”- se le hizo pequeño. Olvidado de sí mismo e inflamado en el amor a Cristo y en el paulino “¡ay de mí si no evangelizare!”, recorrió mares y caminos predicando la Palabra de Dios. Y cuando estaba a punto de llegar al gran y enigmático imperio chino, murió en una pequeña isla mientras el Cristo de su castillo de Javier sangraba de amor. También su vida había sido Cristo y el anuncio ardiente de su Reino.

"Madre de Dios, ten misericordia de mí... Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí" fueron sus últimas palabras. Concluía así la vida de quien había recorrido 120.000 kilómetros, como tres veces la tierra entera, para predicar y servir el Evangelio.

 

San Francisco Javier, de Murillo

 

 

Santa Teresa de Jesús (1515-1582)

 

El 28 de marzo de 1515 nació en Ávila Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada. A los 18 años entró en el Carmelo, pero hasta los 39 años no comenzaría la etapa definitiva de su vida: el miércoles de ceniza de 1554, se produce la conversión ante la imagen de un Cristo muy llagado. Es entonces cuando funda el convento carmelitano de San José de Ávila y cuando inicia su obra reformadora comienza a escribir obras capitales de la historia de la espiritualidad (El libro de la vida, Camino de perfección, Castillo interior, Las moradas) y que en 1970 la llevarían a ser declarada doctora de la Iglesia.

Emprende la reforma del Carmelo, al compás de la reforma católica del siglo XVI, y funda conventos –hasta quince– ya del Carmelo Descalzo, en distintas localidades como Medina del Campo, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Malagón, Burgos, Segovia, Beas de Segura y llega hasta Sevilla.

Maestra de vida y oración, fémina inquieta y andariega, reformadora, ascética y mística, fuerte y sensible, apasionada por Jesucristo y fiel hija de la Iglesia, Santa Teresa de Jesús falleció en Alba de Tormes en 1582. Su fiesta es el 15 de octubre.

Con san Juan de la Cruz, quien le acompañó y secundó en la reforma del Carmelo masculino se la considera la cumbre de la mística experimental cristiana y una de las grandes maestras de la vida espiritual. La espiritualidad teresiana ha dado fruto de santidad tan notables como santa Teresita de Lisieux, santa Isabel de la Trinidad, santa Edith Stein y santa Teresa de los Andes.

 

Santa Teresa de Jesús, de fray Juan de la Miseria

 

 

San Felipe Neri (1515-1595)

           

Nacido en Florencia el 21 de julio de 1515, pronto quedó huérfano de madre. En la abadía benedictina de Montecasino, descubrió su vocación a la educación y a la caridad. En 1533, decidió marchar a Roma, donde comenzó a educar como tutor a los hijos de un aduanero florentino, mientras él completaba sus estudios.

Consciente de la situación de descristianización y también de desigualdad y de pobreza existente en Roma, siendo aún laico, comenzó a predicar en las plazas y a visitar y socorrer a enfermos. Fue llamado ya entonces el apóstol de Roma y el santo de la caridad y de la alegría.

Conoció y entabló amistad con Ignacio de Loyola e incluso pensó hacer jesuita e ir como misionero a Asía. Finalmente desistió, y continuó con la labor iniciada en Roma, constituyendo el núcleo matriz de la Hermandad del Pequeño Oratorio, que en 1577 fue aprobada como Congregación del Oratorio, un instituto de vida consagrada y apostólica.

El 23 de julio de 1551 fue ordenado sacerdote y en su ministerio promovió la vida común y en pobreza y caridad con otros sacerdotes y a la atención a los niños y adolescentes de la calle.

Dotado de grandes cualidades para la poesía y la música y de una personalidad muy alegre y carismática, puso estos dones al servicio de su misión evangelizadora. Junto con el ejercicio constante de la caridad, fomentó la adoración eucarística continuada durante 40 horas, las peregrinaciones a las siete principales iglesias de Roma y la piedad mariana.  Renunció al cardenalato. Falleció en Roma el 26 de mayo de 1595.

 

San Felipe Neri, de Guido Reni

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 11 de marzo de 2022.

 

Rafael C. García Serrano

(Conferencias de San Vicente de Paúl de Guadalajara)

 

 

 

 SAL DE TI

 

Sal de ti,

rompe la cáscara

de tu ceguera,

desanuda la cuerda

que aprisiona

tu generosidad

a tu egoísmo.

 

Sé menos tú

para empezar a ser

más de tu prójimo.

Serás más de Dios

que está en tu prójimo

esperándote.

 

No te niegues

a quien verdaderamente eres

y recibe al Señor

con tus egoísmos

atenuados

y tu corazón abierto.

 

Por Alfonso Olmos

(director de la Oficina de Información)

 

 

 

Estamos viviendo momentos confusos en el planteamiento social, político, económico y hasta religioso en Europa y el mundo occidental. Todo lo vivimos en este momento de la historia a tiempo real, por eso todo nos afecta más.

Cuando nos llegan las noticias de esta locura de guerra que Putin, que será recordado como un comunista frío, bárbaro y calculador, ha iniciado contra la sociedad occidental y, especialmente, contra sus vecinos más próximos de Ucrania, como nos llegan en tiempo real, es como si nosotros mismos estuviéramos en la batalla.

Una vez más la ideología del mandatario ruso siembra el terror y riega de sangre la tierra de Europa. Una vez más la perversión de algunos, con el apoyo ideológico y logístico de otros, va a dejar miles de muertos, también civiles, y eso es una inmoralidad y un delirio.

Putin se ampara en el criterio de unidad y hasta en la religión para defender su afán expansivo y opresor, que no sabemos todavía hasta dónde alcanza. Son muchos los pueblos y naciones del entorno históricamente soviético que tienen que temer las pretensiones invasoras de Rusia.

La religión no puede ser nunca un motivo para alentar la guerra ni una excusa para perpetrarla. Por eso los líderes católicos y ortodoxos en Europa han apelado al patriarca ortodoxo ruso Kirill de Moscú, instándolo a convencer al presidente ruso, Vladimir Putin, de que ponga fin al derramamiento de sangre en Ucrania. Aunque ha rezado por la seguridad de los civiles y el rápido fin de los combates, el patriarca Kirill ha sido criticado por su estrecha relación con Putin y su falta de apoyo a la independencia y la integridad territorial de Ucrania.

Mientras tanto, en todo el mundo siguen multiplicándose iniciativas para solidarizarse con el pueblo ucraniano y pedir la paz. Una paz que todos tenemos que buscar y generar: paz en el corazón, paz en nuestras relaciones interpersonales, paz en los hogares paz social y paz en el mundo.

 

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